La afición de las mujeres por los idiomas, a veces mero afán de estar a la moda, favoreció la presencia de nombres femeninos en la frondosa jungla de las traducciones del siglo XVIII, sobre todo en las últimas décadas de siglo. (244) Era una manera humilde de acceder a la cultura, en un mundo de fuerte predominio masculino, mostrando al mismo tiempo sus intereses ilustrados. Ninguna parece hacerlo profesionalmente en un momento en que se está definiendo la figura del traductor profesional entre los varones. Muchas de ellas son nobles aristócratas que han tenido más fácil acceso al aprendizaje de los idiomas con sus preceptores particulares, y han podido viajar al mundo exterior. Predominan entre las traducciones los tratados de educación y los libros morales y religiosos.
Forja con instrumentos mecánicos por fuerza hidráulica, de la Enciclopedia
Algunas de estas mujeres más destacadas fueron: María de la Concepción Fernández de Pinedo, marquesa de Tolosa, traductora del padre Lalemant Muerte de los justos o Colación de las últimas acciones y palabras de algunas personas ilustres en santidad (1793) y de un Tratado de educación para la nobleza (1796), de autor desconocido; la marquesa de la Espeja, Josefa de Alvarado, "literata y erudita señora de notable instrucción y recto juicio", el Compendio de filosofía moral (1785) del italiano Zanotti, junto a La lengua de los cálculos (1804) de Condillac; María Cayetana de la Cerda, condesa de Lalaing, tradujo del francés las Obras (1781) de la marquesa de Lambert, colección de opúsculos que, según el censor Tomás de Iriarte, forman una buena colección de "útiles máximas morales". La misma censura impidió, por contra, la publicación de la obra Las americanas o las pruebas de la religión por la razón natural, de Madame Beaumont, por ofrecer una concepción exclusivamente filosófica de la religión, lo cual provocó un memorial de la condesa al Consejo con duros argumentos contra los censores.